“La mayoría de los venezolanos apoyamos al presidente Trump porque creíamos que íbamos a ser protegidos y Venezuela iba a ser libre. Ahora estamos en un limbo legal y humano”. Quien reconoce su ingenuidad pasada y el terror presente es un migrante que en estos días permanece semioculto, sale lo imprescindible y siempre con el temor a ser detenido y deportado no ya su país, sino a uno de los campos de concentración que Bukele mantiene con el beneplácito de la cínica sociedad occidental (y el apoyo, todo hay que decirlo, de millones de latinoamericanos de clase popular que creen que la solución a la rampante inseguridad que viven sus países pasa por prácticas neonazis).
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Es sorprendente la inocencia –o quizás abierta ignorancia- de esta gente. O tal vez sea que las tácticas de manipulación cognitiva, la guerra híbrida, en su faceta de retorcimiento de mentes y comportamientos, sean más eficaces de lo que se habría supuesto. Tan eficaz que es más poderosa que doscientos años de injerencia imperial de los Estados Unidos en Nuestramérica, desde invasiones militares a golpes de Estado, prácticas económicas extractivas y abusivas, interposición de gobiernos títeres… Todo ello permeado por un racismo y un supremacismo blanco anglosajón totalmente indisimulado.
Y a pesar de eso, el odio inoculado en estos venezolanos fue tan fuerte que ha impedido que el más mínimo resquicio de racionalidad penetre en sus atribuladas mentes. Tan solo les habría bastado unos minutos de análisis sosegado para darse cuenta de que Estados Unidos jamás ha considerado a Latinoamérica y el Caribe como a un igual. Para los gringos, son territorios y personas subordinadas a sus intereses, tanto los económicos como militares y geoestratégicos. Así ha sido durante dos siglos y no había motivo alguno para pensar que ahora iba a ser diferente. Mucho menos con Donald Trump, de quien no se puede aducir desconocimiento de sus formas: ya hubo cuatro años para calibrar al personaje, cuatro años que terminaron con un acto tan antidemocrático como intentar asaltar el Capitolio, sede de la soberanía popular.
En cualquier caso, el Gobierno de Nicolás Maduro ha entendido que no es el momento de reproches, sino de defender los derechos humanos y las libertades de estos conciudadanos, con independencia de su orientación política, confusión ideológica e incluso odio indisimulado hacia todo lo que tenga que ver con el chavismo, la izquierda o el progresismo. Desde la más estricta legalidad democrática y con la defensa de la soberanía como bandera, el Ejecutivo venezolano está llevando a cabo una intensa actividad tanto diplomática como de denuncia para lograr sacar a estas personas del campo de concentración nazi de Bukele. Ahora, como señalan los encargados gubernamentales de solucionar el caso, es tiempo de una acción democrática decidida. Ya habrá tiempo para analizar sosegadamente el porqué de tanto ciego odio, desde qué terminales políticas y mediáticas se difunde y por qué personas, muchas veces sencillas, llegan a la grotesca solución de que sus problemas estarían mejor defendidos con un oligarca como Donald Trump que, básicamente las desprecia.
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