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Cuando la política se alimenta del miedo (anotaciones sobre el fascismo) | Por: César Trómpiz

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En 1933, mientras el Tercer Reich consolidaba su poder, Wilhelm Reich, psicoanalista y marxista no alineado, publicó una breve e interesante obra llamada “Psicología de Masas del Fascismo”.

Su obra no se reduce a los panfletos políticos antifascistas de la época, es un análisis científico que cuestiona las explicaciones simplistas del fascismo como «locura colectiva» o una «conspiración capitalista».

Reich argumenta que el fascismo explota heridas psicológicas profundas creadas por la sociedad patriarcal y la moral represiva, se adhiere a modelos tradicionales de la clase media y los instrumentaliza mediante promesas programáticas engañosas, con las cuales también incorpora a parte de la clase trabajadora.

Hoy, ante la instauración de regímenes liderados por libertarios —auténticos fascistas modernos—, las ideas de Reich son una base relevante para analizar la ingenuidad política que sorprendió a los movimientos obreros del siglo XX y que requirió la heroica gesta del ejército soviético hace ochenta años.

Al tomar el punto de partida que ofrece este autor, nos fijamos que la derrota del fascismo exige un programa amplio de articulación popular que desmonte las cadenas invisibles que vinculan la programación cultural con los llamados de los proto-líderes fascistas.

Aquí comparto mis anotaciones sobre esta obra.

 

El fascismo es política y enfermedad

Reich demostró, desde el marxismo y el psicoanálisis, que el fascismo es un síntoma de una sociedad enferma. Su análisis integra tres dimensiones:

La represión sexual como arma política

La moral pequeño burguesa, según Reich, no es un mero «valor cultural», sino un sistema de control.

La familia patriarcal y luego la Iglesia, enseñan desde la infancia a reprimir deseos, sentir culpa por el placer y asociar el autoritarismo con protección. Esto crea adultos sumisos, incapaces de rebelarse incluso contra su explotación.

Para Reich, «la angustia religiosa se nutre del sentimiento de culpabilidad sexual y se arraiga en la vida afectiva2 de quienes crecen en los valores de la clase media.

El fascismo canaliza esta energía reprimida hacia la obsesión por la «pureza» (racial, moral, nacional, económica). Por ello es que que Hitler idealiza a la madre reprimida (con la que promueve la reproducción social alemana) y sataniza la «sexualidad degenerada» de judíos y comunistas.

La represión sexual, así, no es un tema privado de la familia: sino que es la base de la obediencia política promovida por el conservadurismo. No por casualidad partidos como VOX, líderes como Bolsonaro y Milei y teóricos de derecha como Agustín Laje, trabajan sobre la protección del patriarcado y la defensa de los “valores” eclesiásticos para «reordenar» a la sociedad.

La pequeña burguesía y/o clase media: El ejército emocional del fascismo

Reich desmontó el mito de que el fascismo nace como un movimiento «popular». Su base es la clase media temerosa de perder privilegios y caer en el proletariado.

En la Alemania nazi, empleados, funcionarios y pequeños comerciantes (la hoy llamada clase media), ante la crisis, prefirieron un caudillo que les «protegiera» antes que cuestionar al capitalismo. Luego, explica como el fascismo atrae a trabajadores con falsas promesas «anticapitalistas», para traicionarlas en el ejercicio del poder.

La clase media, según Reich, «vive en condiciones mediocres, pero se presenta con una representación exagerada. Come mal, pero viste elegantemente». Su apariencia es más importante que su realidad socioeconómica: no se rebela, sino que imita a sus opresores, desprecia a obreros y migrantes, y abraza el fascismo como consuelo identitario basado en el «honor2 y la «tradición», ocultando su alianza con los monopolios.

Así ocurrió en la Alemania nazi y se repite en la Argentina «libertaria» (neonazi, neofascista): el discurso contra la «casta» la defensa del «esfuerzo propio», el desarrollo de las «libertades» es apenas un discurso de masas para ser traicionado al llegar al poder.

Símbolos, no argumentos

Hitler no triunfó explicando una causa científica, sino apelando a rituales y emociones primarias. Reich analizó cómo los mítines nazis usaban banderas, cantos y uniformes para generar éxtasis colectivo.

El líder se presenta como un padre todopoderoso que «protege» de amenazas imaginarias (judíos, marxistas, feministas), explotando el miedo a perder propiedades y tradiciones. Hitler afirmaba: «El pueblo, en su mayoría, es de mentalidad femenina: la percepción afectiva determina su conducta más que la reflexión» (citado por Reich), revelando el carácter misógino e irreflexivo del fascismo.

Hoy, figuras los líderes del fascismo usan las redes sociales para viralizar consignas simples, memes agresivos y teorías conspirativas que activan miedos arraigados. Este fenómeno, estudiado como tecnofascismo, actualiza las tácticas nazis y las viraliza entre millones de s.

El fascismo organiza (y domestica) a las masas: Mitos y mentiras

El fascismo no es caos, es un orden perverso. Reich detalla sus herramientas:

Promesas falsas: El nazismo hablaba de «socialismo» para obreros y «anticapitalismo» para clases medias, pero su meta era salvar al gran capital. Hoy, el libertarismo promete «proteger a los que trabajan» mientras recorta derechos laborales, desmantela la seguridad social, persigue migrantes y criminaliza movimientos sociales.

El neofascismo dice acabar con «los privilegios», pero financia, protege y desarrolla a la clase propietaria y privilegiada.

Familia como mito unificador: La familia patriarcal (padre autoritario, madre sumisa) es la base del modelo de Estado fascista. Relatos como la «pureza racial» o la «superioridad estética» sustituyen la lucha de clases por conflictos creados. Para Reich, «la ideología familiar no es inocente: es la fábrica del hombre autoritario».

Por ello, los proyectos emancipadores deben transformar los valores del hogar en espacios participativos y dignos.

Quizá por esto último el movimiento fascista en Venezuela nunca ha logrado calar como movimiento de masas, la familia en Venezuela tiene un potente contenido matriarcal y la Revolución Bolivariana ha liderado una transformación que ha democratizado todo tipo de relaciones, hasta en el hogar.

El enemigo necesario: El antisemitismo nazi descargaba la rabia social, por la crisis económica de Alemania, contra un chivo expiatorio: los judíos.

Hoy, migrantes, feministas o ecologistas cumplen ese rol para el neofascismo. Al revisar las descargas de odio contra la migración venezolana, vemos como los fascismos latinoamericanos construyen bajo la misma lógica del nazismo de hace 100 años.

En todo caso, cualquier problema es cargado sobre la migración, las izquierdas, los derechos sociales, la economía China o cualquier otro actor que aleje responsabilidades de los grandes capitales sobre la crisis del propio capital.

Es bueno anotar que en Europa, el fascismo es nacionalista en tanto construye su esencia en proteger las grandes fortunas locales; en América Latina, colonial y entreguista, pues defiende capitales extranjeros del fascismo occidental.

Construir y Resistir desde la raíz

La obra de Reich nos advierte: el fascismo no se combate solo en las urnas electorales, el panfleto político o las calles, sino en las estructuras psíquicas y culturales que lo alimentan.

La lucha antifascista debe desarticular la represión de la familia patriarcal, construir desde un feminismo revolucionario, denunciar las alianzas ocultas entre élites y ultraderecha, y ofrecer proyectos que sustituyan el miedo y desilusión por una o múltiples esperanzas colectivas.

Frente al tecnofascismo, fenómeno no estudiado por Reich, urge democratizar el espacio tecnológico y construir nuevas redes electrónicas, combatir los algoritmos que viralizan el odio y desarrollar narrativas emancipadoras “virales”.

La batalla contra el fascismo, lo dice Nicolás Maduro, es una lucha de identidad, cultura y transformación radical de la sociedad.


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