En las últimas décadas, el cine ha intentado advertirnos sobre los peligros del autoritarismo. Películas como La ola —que retrata cómo un experimento escolar deriva en la adhesión colectiva a un régimen totalitario— o documentales que exponen las entrañas del fascismo histórico parecían, hasta hace poco, ejercicios hipotéticos. Sin embargo, la realidad actual supera cualquier ficción. Lo que vivimos hoy no es un discurso cinematográfico, sino un guion perverso escrito por gobiernos que han decidido convertir el horror en espectáculo, el conservadurismo en política de Estado, y la violación de derechos humanos en una herramienta de propaganda.
- El espejismo de Trump: una guerra comercial que hunde a Estados Unidos | Por: Vincenzo Caruso
- En defensa de los migrantes, a pesar de su odio | Por: Gabriel Villaamil
- «El dólar fuerte destroza la economía de EE.UU.: inflación descontrolada y colapso industrial» | Por: Vincenzo Caruso
Cuando el fascismo abandona la pantalla
El ascenso de prácticas neofascistas en gobiernos conservadores, neoliberales y/o libertarios, ha desdibujado la línea entre la advertencia artística y la crónica periodística. Si en el pasado las istraciones republicanas y demócratas estadounidenses mantenían ciertos reparos -sobre todo discursivos- al ejercer el poder, hoy la máquina imperialista opera sin máscaras. Bajo una lógica abiertamente ultraconservadora, se criminalizan nacionalidades enteras, se normalizan las expulsiones masivas de trabajadores, y se instrumentalizan leyes arcaicas para justificar la persecución del “distinto” del “otro”, pero sobre todo de los pobres. Un ejemplo grotesco es la reactivación de una ley del siglo XIX en Estados Unidos, utilizada para tipificar como «delito» ser venezolano. Este recurso no solo evoca las peores prácticas absolutistas, previas a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sino que revela una estrategia calculada: convertir a los migrantes en chivos expiatorios de la crisis interna del capitalismo estadounidense.
El horror no se limita a la retórica. Una funcionaria del gobierno estadounidense eligió un escenario muy simbólico para lanzar una advertencia a los migrantes: las puertas del Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) en El Salvador. Desde allí, amenazó con que quienes no abandonaran «voluntariamente» Estados Unidos terminarían en esa prisión, un lugar diseñado para borrar la humanidad de sus reclusos. El mensaje era claro: la disuasión ya no se basa en la ley, en las buenas prácticas de la prevención, o en el estricto cumplimiento del régimen legal aplicable a los migrantes, sino en el terror.
CECOT: el campo de concentración “viral”
El CECOT, inaugurado por el gobierno de Nayib Bukele, es el resumen de la crueldad institucionalizada. Con 238 venezolanos secuestrados -sin cargos formales, sin a abogados, y sin notificar a sus familias, ni al país de origen-, esta cárcel opera como un depósito de personas donde las garantías jurídicas son inexistentes, mientras que para el gobierno salvadoreño y sus asesores de la ultraderecha venezolana es un negocio de varios millones de dólares. Pero lo más escalofriante es cómo el régimen salvadoreño ha convertido el sufrimiento en un producto mediático. Para celebrar su segundo aniversario, invitó a influencers a promocionar sus celdas, exhibiendo con orgullo políticas que rayan en la tortura:
-
Hambre como castigo colectivo: Bajo una «doctrina alimentaria» perversa, se niega la proteína animal a los reclusos hasta que «todos los salvadoreños puedan comerla». En su lugar, reciben dietas bajas en proteínas, un castigo que no solo desnutre, sino que humilla al tiempo que pone en duda la pena impuesta a sus reclusos: ¿Privación de la libertad o de la vida?
-
Privación sensorial: Las luces de esta cárcel nunca se apagan, los tiempos de exposición al sol se limitan a 30 minutos diarios: ¿No es esto un acto de tortura y alteración absoluta de la realidad a los reclusos?
-
Propaganda del sufrimiento: A diferencia de los campos nazis, ocultos tras alambradas y secretismo, el CECOT se muestra al mundo. Las condiciones infrahumanas no son un efecto colateral, sino el mensaje central: «Esto les espera si desobedecen»: ¿No es esto un acto de intimidación a toda la humanidad?
-
La comparación con Auschwitz es inevitable, pero hay una diferencia crucial: los nazis escondían su maquinaria de muerte, estos campos solo fueron descubiertos por el ejército soviético en la derrota del fascismo; los neofascistas del siglo XXI transmiten en directo sus torturas. El horror ya no es un secreto: es un show para “viralizar”.
La estética del neofascismo: algoritmos, populismo y la banalización del mal
Este espectáculo de crueldad no sería posible sin dos cómplices: los dueños y manipuladores de los algoritmos de redes sociales y el populismo fascista. Las declaraciones de funcionarios, las amenazas a migrantes, y hasta los tours de influencers en el CECOT se difunden bajo lógicas virales que normalizan lo inhumano, lo degradante. El objetivo es doble: por un lado, aplacar cualquier crítica mediante el miedo; por otro, movilizar a bases políticas mediante un relato maniqueo («nosotros contra los malos, los invasores»).
Este guion no es nuevo. El nazismo ganó elecciones y sedujo a las masas antes de mostrar su rostro más brutal. La diferencia está en la escala y las herramientas. Hoy, el neofascismo no necesita uniformes ni discursos en estadios: le bastan tuits, videos emotivos, y la creación de enemigos externos (venezolanos, migrantes, «socialistas») para consolidar su poder. El resultado es el mismo: la degradación de la democracia popular hacia un autoritarismo de mercado, donde la represión se distribuye a todo lo que piense distinto.
¿Protección de capitales o guerra contra los pueblos?
Detrás de este teatro de la crueldad hay un objetivo económico descarnado. Los regímenes neofascistas, como sus antecesores, no son más que guardias pretorianas del gran capital. La criminalización de migrantes, la militarización de fronteras, y la creación de cárceles masivas sirven a un sistema que requiere chivos expiatorios para desviar la atención de su verdadero proyecto: concentrar riqueza, debilitar derechos humanos, y privatizar la vida cotidiana.
Cuando una funcionaria estadounidense amenaza con el CECOT, no defiende la «seguridad nacional», sino un orden global donde las élites económicas controlan recursos y mano de obra. Cuando Bukele encierra a venezolanos sin juicio, no combate el crimen, sino que envía un mensaje a sus amos: «Aquí hay mano para proteger sus intereses»
El fascismo será derrotado de nuevo
El neofascismo del siglo XXI ha aprendido de los errores de sus predecesores: evita el aislamiento internacional, usa la tecnología para controlar la narrativa política, y se disfraza de democracia. Sin embargo, su esencia sigue siendo la misma: la cosificación de seres humanos en nombre de la pureza y defensa del interés nacional, la obediencia ciega a líderes mesiánicos ultraconservadores, y la alianza entre poder político y económico para oprimir a las grandes mayorías.
Frente a este panorama, recordar el pasado no es suficiente. Hay que seguir construyendo estructuras de resistencia popular y denunciar que el horror ya no está en las películas: se esconde tras leyes migratorias, tras muros de concreto, y tras cámaras que transmiten en vivo la degradación humana como si fuera entretenimiento. Desde las acciones de la Internacional Antifascista hay un gran llamado para evitar que este espectáculo termine en una tragedia de la que después se avergüence toda la humanidad.
Entérate de las noticias más relevantes de Venezuela y el mundo. Únete a nuestros canales de WhatsApp, Telegram y YouTube. Activa las notificaciones y síguenos en Facebook, Instagram, X. y VN Videos ¡Somos la verdad de Venezuela!