En el manual de la ultraderecha está apropiarse de las ideas y símbolos progresistas, resignificarlos y utilizarlos para atraer a una masa votante que de esta forma es más proclive a pensar que sus problemas estarán mejor defendidos desde el fascismo. Nada nuevo bajo el sol. En los años 30, la Falange española se travestía de obrerista utilizando como uniforme la camisa azul propia de los trabajadores fabriles de la época. De hecho, los de esos fascios, que acabaron derivando en una cuadrilla de matones a mayor gloria de Franco, se trataban entre sí de “camaradas”. Y el movimiento nazi era la abreviatura de “nacional-socialismo”, apelando de esta forma a las empobrecidas clases trabajadoras de la Alemania de entreguerras.
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La enésima reencarnación ultraderechista de estos tiempos -el fascismo es como la energía, no se destruye, solo se transforma- bucea en esta época de crisis sistémica entre los conceptos que pueden ser más atractivos para el electorado, en especial para los hombres más jóvenes. Frente a un estatus quo incapaz de dar respuestas satisfactorias, la ultraderecha enarbola las banderas de la rebeldía. Ante lo que consideran la opresión del individuo, izan los estandartes de la libertad. No es de extrañar que las últimas encuestas en España muestran que el partido neofranquista Vox es el preferido por la mayoría de varones de entre 18 y 24 años. Índices similares se registran en el resto de Europa. El futuro inmediato se adivina siniestro.
Obviamente, esta ultraderecha ni es rebelde ni es liberadora. Todo lo contrario. Su objetivo es profundizar el sistema, reforzando la diferencia de clases y los privilegios de unos pocos frente a la mayoría. Y a la vez, rechazan los avances en derechos y libertades de los últimos siglos –en especial los que tienen que ver con la igualdad de las mujeres, la diversidad sexual, las diferentes etnias y los emigrantes- para proponer un individualismo feroz donde todo se resuelve por la ley del más fuerte. De alguna forma misteriosa, el engaño, en apariencia tan fácil de desmontar, tiene éxito.
Una apropiación no menor de la ultraderecha y que ha afinado sobremanera en los últimos veinte años es el establecimiento de alianzas internacionales. Sus planes de expansión y dominio ya no son locales, sino globales. El objetivo de extensión planetaria de su dominio ideológico es evidente. Los líderes ultraderechistas emplean ahora buena parte de su tiempo en viajar, participar en actos internacionales, congresos, organizaciones… Cada vez que hay unas elecciones, empieza un desembarco de liderazgos para apoyar al candidato de cada país. La toma de posesión de Donald Trump fue sintomática, congregando a las cabezas visibles del fascismo en el mundo. No estaba ningún representante de la Unión Europea, pero sí los ultraderechistas Abascal, Orban y Meloni. Y qué decir de Milei, invitado de honor en toda convención fascista que se precie.
La colaboración no se limita a presencias más o menos mediáticas. Hay cursos de formación de militantes, transmisión de know-how, en especial en comunicación y, sobre todo, redes sociales; puestas en común programáticas, unificando los flancos de ataque: mujeres, emigrantes, diversidad sexual, personas racializadas; intercambio, obviamente, de recursos económicos, materiales y humanos… Gurús ideológicos como Steve Bannon están continuamente de gira.
¿Y qué hace la izquierda mundial frente a esta Primera Internacional de la Ultraderecha? Pues básicamente dejarse robar la iniciativa que con tanto esfuerzo sacaran adelante Marx, Engels, Bakunin y compañía hace ya más de 160 años, seguir anclada en un consenso social-liberal que ya se ha demostrado ineficaz y volverle la espalda a los países que vienen demostrando ser un dique de contención frente al binomio ultraderechismo/ultraneoliberalismo: el triángulo latinoamericano Venezuela-Cuba-Nicaragua; Rusia, garante de la paz en su región ante las embestidas de la OTAN; China, que con sus políticas sociales evita engordar la cifra de personas que sobreviven con menos de un dólar al día –pobreza extrema- y que básicamente se encuentran en los países de su entorno, o Corea del Norte, bastión para evitar que Estados Unidos incremente su influencia en el Extremo Oriente más allá de sus títeres Japón y Corea del Sur.
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